Las fábulas y los cuentos clásicos
son una fuente inagotable de ideas, pensamientos y reflexiones, incluso en
algunos casos, las enseñanzas y moralejas que podemos extraer de su lectura se
convierten en luces que orientan nuestros pasos y nos guían en el camino.
Posiblemente una de las fábulas más
populares y conocidas sea la fábula de la liebre y la tortuga. ¿Quién no
recuerda la apasionante carrera entre la fanfarrona liebre y la tenaz tortuga?,
sin embargo, pocos conocen el verdadero y sorprendente final de la historia…
Esta nueva versión multiplica las posibilidades de aprendizaje de la historia, en la que, en parte, todos somos un poco liebres y un poco tortugas, pero en el fondo, buena gente!.
Esta nueva versión multiplica las posibilidades de aprendizaje de la historia, en la que, en parte, todos somos un poco liebres y un poco tortugas, pero en el fondo, buena gente!.
¿Recuerdas la fábula?
Una tortuga y una liebre siempre
discutían sobre quién era más rápida. Para dirimir el argumento, decidieron
organizar una carrera. Eligieron una ruta y comenzaron la competición. La liebre
arrancó a toda velocidad y corrió enérgicamente durante algún tiempo. Luego, al
ver que llevaba mucha ventaja, decidió sentarse bajo un árbol para descansar un
rato, recuperar fuerzas y luego continuar su marcha. Pero pronto se durmió. La
tortuga, que andaba con paso lento, la alcanzó, la superó y cruzó la meta en
primer lugar, declarándose vencedora indiscutible.
Moraleja: Los lentos
y estables ganan la carrera.
Pero la historia no termina aquí: la
liebre, decepcionada tras haber perdido, hizo un examen de conciencia y
reconoció sus errores. Descubrió que había perdido la carrera por ser presumida
y confiada. Si no hubiera dado tantas cosas por supuestas, nunca la hubiesen
vencido. Entonces, desafió a la tortuga a una nueva carrera. Esta vez, la liebre
corrió de principio a fin, dosificando sus fuerzas y su triunfo fue evidente.
Moraleja: Los
rápidos y tenaces vencen a los lentos y estables.
Pero la historia tampoco termina
aquí: Tras ser derrotada, la tortuga reflexionó detenidamente y llegó a la conclusión
de que no había forma de ganarle a la liebre en velocidad. Tal y como estaba
planteada la carrera, ella siempre perdería. Por eso, desafió nuevamente a la
liebre, pero propuso correr sobre una ruta ligeramente diferente. La liebre
aceptó y corrió a toda velocidad, hasta que se encontró en su camino con un
ancho río. Mientras la liebre, que no sabía nadar, se preguntaba "¿qué
hago ahora?", la tortuga nadó hasta la otra orilla, continuó a su paso y
terminó en primer lugar.
Moraleja: Quienes
identifican su ventaja competitiva (saber nadar) y cambian el entorno para
aprovecharla, llegan primeros.
Pero la historia tampoco termina
aquí: el tiempo pasó, y tanto compartieron la liebre y la tortuga, que
terminaron haciéndose buenas amigas. Ambas reconocieron que eran buenas
competidoras y decidieron repetir la última carrera, pero esta vez corriendo en
equipo. En la primera parte, la liebre cargó a la tortuga hasta llegar al río.
Allí, la tortuga atravesó el río con la liebre sobre su caparazón y, sobre la
orilla de enfrente, la liebre cargó nuevamente a la tortuga hasta la meta. Como
alcanzaron la línea de llegada en un tiempo récord, sintieron una mayor
satisfacción que aquella que habían experimentado en sus logros individuales.
Moraleja: Es bueno
ser individualmente brillante y tener fuertes capacidades personales. Pero, a
menos que seamos capaces de trabajar con otras personas y potenciar
recíprocamente las habilidades de cada uno, no seremos completamente efectivos.
Siempre existirán situaciones para las cuales no estamos preparados y que otras
personas pueden enfrentar mejor.
La liebre y la tortuga también
aprendieron otra lección vital: cuando dejamos de competir contra un rival
y comenzamos a competir contra una situación, complementamos capacidades,
compensamos defectos, potenciamos nuestros recursos... y ¡obtenemos mejores
resultados!
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